A lo largo de estos dos días, tenemos una oportunidad que
tiene una característica bastante peculiar. Y es que no suele aparecer en
nuestras vidas con bombo y platillo, metiendo mucho ruido. Si no, uno tiene, de
alguna manera, que adiestrar su mirada para encontrarla. Y precisamente donde
es más importante encontrar la oportunidad no es en un momento de abundancia,
no en un momento donde todo va sobre ruedas. Es el momento de dificultad. ¿Por
qué me siento seguro en mi zona de confort? ¿Y por qué me siento inseguro ante
ese otro mundo exterior a mí que ha cambiado precisamente porque me veo ajeno a
él?
Creo que el mundo exterior está ahí, el mundo interior está
aquí. Por eso, cuando me han hecho alguna entrevista y me han preguntado cuál
cree que es el mundo que nos vamos a encontrar, de nuevo vemos en esta mala pregunta
el debajo del paradigma de la forma de ver de Cartesio. Nos lo vamos a
encontrar porque es ajeno a nosotros. Y si esto fuera un error de primer orden
que tuviera unas consecuencias absolutamente extraordinarias, imaginaros el
mundo que se nos puede abrir si descubrimos que hay un error tanto en la visión
de Newton como en la visión de Descartes y en la visión de muchas otras
personas.
Dejadme que os explique ahora un aspecto de lo que se llama
la neurociencia afectiva. La neurociencia afectiva es la parte de las
neurociencias, las ciencias del sistema nervioso, que estudia todo lo que tiene
que ver con el mundo de los sentimientos y de las emociones. En el centro de la
imagen veis un punto rojo. Ese punto rojo es la amígdala. La amígdala, hay dos
amígdalas, las que tenemos obviamente en la garganta y las que tenemos en el
cerebro que no tienen por supuesto nada que ver, me refiero naturalmente a las
que tenemos en el cerebro.
En ese núcleo que ves ahí tan pequeñito, tiene el tamaño de
una almendra aproximadamente, está ni más ni menos que el núcleo central del
miedo. Es nuestro detector de miedo. ¿Qué quiere decir que, si yo este mundo
que está envuelto en una pandemia solo lo percibo como ajeno a mí, a ver qué
más desgracias me trae? Si solo veo un mundo incierto, hostil, volátil,
ambiguo, y yo me veo a mí mismo como una víctima que tiene que ver cómo sale
adelante ante esta tormenta que está sacudiendo a la humanidad entera, os voy a
decir lo que pasa.
Lo que pasa es que se activa ese núcleo central del miedo en
la amígdala y se desactiva lo que veis ahora en color rojo. Ni más ni menos que
la parte del cerebro que es absolutamente imprescindible para adaptarse. Su
momento para recordar la frase genial de Charles Darwin: no es la especie más
fuerte ni la más inteligente la que sobrevive, sino la que mejor se adapta.
Cómo nos vamos a adaptar, queridos, si la parte del cerebro, la parte más
moderna, la corteza prefrontal, no funciona adecuadamente porque está activado
el núcleo central del miedo. Ni podremos negociar, ni podremos ser creativos,
ni podremos innovar, ni podremos emprender, ni podremos cooperar, ni podremos
descubrir la oportunidad en medio de la dificultad. Porque si hay una
estructura en el cerebro clave precisamente para que eso suceda es esa región,
las áreas prefrontales del cerebro.
Luego, nosotros tenemos que ver cómo se puede desactivar ese
núcleo central del miedo para que pueda mantenerse activada la zona que nos va
a permitir a todos adaptarnos, mejorar, crecer y evolucionar. Como lógicamente
soy médico, he ejercido la cirugía 26 años. Aunque desde hace largos años ya no
estoy en el ejercicio clínico sino en la investigación y en escribir y
transmitir estos conceptos, me importa mucho deciros que cuando se enciende el
núcleo central del miedo en la amígdala, no solo se desactiva la parte anterior
del cerebro, que es precisamente como hemos comentado la que nos ayuda a
adaptarnos.
Es que además tiene profundos efectos a nivel del cuerpo. Si
veis en la zona inferior de la presentación, como un color rosado, veréis que
pone cortisol. El cortisol es una sustancia, es una hormona producida por las
glándulas suprarrenales y que se utiliza mucho en medicina en situaciones muy
importantes. Se utiliza también en los trasplantes, etcétera. Pero cuando el
cortisol es liberado por procesos mentales que están interpretando un territorio
incierto como un territorio hostil, sin siquiera haberlo conocido, solo por
unos fragmentos de información por importantes que sean, el cortisol empieza a
liberarse de una forma anómala en la sangre, no gestionada por un profesional,
sino anárquicamente en la sangre.
Y esto no solo afecta a los órganos que veis debajo, tubo
digestivo, hígado, sistema cardiovascular (corazón, pulmones), sino a esa
célula que veis a la derecha, que es una de las células más sensibles al
cortisol. Es el linfocito asesino. Imaginaos lo brutal que tiene que ser en su
ataque para que, a este linfocito, que es parte de nuestro ejército, le llamen
asesino. A mí me recuerda en la guerra de las Malvinas cuando decían que los
británicos iban a mandar a las Malvinas a las urcas. No os acordáis de
aquellos, las urcas tenían fama de ser, hay gente que se escabullía, se metía
sin que los pudieran ver, usaban cuchillos, degollaban a la gente, no sé si
recordáis aquello. Pues de alguna manera siempre ha habido dentro de los
ejércitos tropas especiales, tropas muy entrenadas para entrar en las líneas
del enemigo. Pues nuestra tropa especial, o al menos una de ellas, es el
linfocito asesino NK (Natural Killer, asesino natural).
Bien, este es un linfocito especializado en el ataque, sobre
todo, a dos tipos de agentes nocivos: las células cancerígenas número 1 y los
virus. Acordaos que el 19 es un virus. Los virus y las células llenas de virus
para que no revienten y llenen de virus el torrente sanguíneo. Pues bien, la
liberación excesiva de cortisol, anómala, generada por la mente, es capaz de
bloquear, al menos parcialmente, el funcionamiento de los linfocitos asesinos.
Deciros, curioso como en un momento determinado donde tenemos que tener un
sistema inmune lo más, lo mejor modulado posible y unas capacidades cognitivas
lo más hábiles precisamente para que nos pongamos podamos adaptar.
Fijaros qué curioso como cuando uno está contemplando el
mundo exterior ajeno, hostil, sucede todo lo contrario, cae nuestro sistema
inmune, su modulación empeora y las capacidades para adaptarse también bajan.
Por eso, nosotros tenemos que cambiar esta pregunta: el mundo que nos vamos a
encontrar, no, el mundo que juntos podemos crear. Y aquí es donde vamos a dar
el salto cuántico, nunca mejor dicho, porque tenemos que traer a primera línea
como protagonistas de esta escena a dos de los físicos cuánticos más notables
que han existido.
Por supuesto, ha habido otros como Niels Bohr, que ganó el
premio Nobel en 1922, premio Nobel de física justo el año posterior al que lo
ganó Albert Einstein. David Bohm que conoció a Einstein, trabajaron juntos,
juntos y recién, en el mismo lugar en Princeton, en la Universidad Princeton,
Estados Unidos. Y son estos físicos, etcétera, etcétera, los que nos han
descubierto dónde estaba nuestro gran error. Y el gran error está en lo
siguiente: el mundo exterior y el mundo interior solo están separados en
apariencia. En apariencia, como decía Niels, hay una verdad. Es verdad la
física newtoniana. Claro que es verdad en el mundo de las formas, en el mundo
de las apariencias.
Claro que, en el mundo de las apariencias, lo que decía de
Descartes parece que es verdad: que la mente va por un lado y el cuerpo va por
otro. Sin embargo, los físicos cuánticos, ni Elsword Einstein, nos introducen
en un plano profundo de la realidad. Es como si solo conociéramos la superficie
del mar y Newton y Descartes nos hubieran hablado de la superficie al mar, que
tienen cosas apasionantes, y está la Tierra Firme, y nos la hubieran descrito,
diríamos qué maravilla, ¡qué continentes! Y que físicos cuánticos como Niels
Bohr, Einstein, nos hubieran metido en las profundidades del mar y nos hubieran
enseñado los tesoros que hay, las cosas extraordinarias. Por ejemplo, solo
deciros que gran parte de las sustancias que se utilizan para destruir el
cáncer se obtienen de esponjas marinas, no de cosas que están en la superficie.
Por tanto, la física cuántica jamás ha estado en contra de
la física newtoniana. Lo que ha hecho es complementarla, lo mismo que el fondo
del mar no está en oposición a la superficie del mar o a la Tierra Firme. Pero
claro, es que lo que nos han revelado los físicos cuánticos es de una
profundidad insospechada, nos han revelado algo que es que el observador
influye en lo observado. Pero, ¿cómo es posible? ¿Qué me dice? Sí, si lo que yo
observo está fuera y yo soy observador que estoy aquí dentro, ¿cómo voy a
influir fuera? Pues sí, señor, hay una dimensión de la realidad en la que nosotros
estamos influyendo fuera con nuestra forma de pensar, con nuestra forma de
sentir, con nuestra forma de actuar.
Y cuando tiras del hilo y te vas para atrás, te das cuenta
de que Carl Gustav Jung, probablemente uno de los psiquiatras más extraordinarios
que ha existido, ya lo vio. Te das cuenta de que los miembros de la llamada
filosofía perenne, es decir, los que no tienen una filosofía que te sirve en
toda la vida ni surge de la nada, Confucio, todos hablan de esto. Pero ha
tenido que ser la física la que nos abra los ojos y diga: "Ojo, porque lo
que está sucediendo dentro de ti va a tener un impacto fuera de ti".
Porque el observador y lo observado están mucho más conectados de lo que te
imaginas.
Y por eso tenemos a alguien de la talla de William Blake.
William Blake, inglés, nació en 1757 y fue otro de los grandes filósofos, para
mí, aunque él era poeta, era un magnífico grabador. Tú lees, yo lo leo a través
de grandes expertos porque Blake es muy difícil de entender, William Blake.
Pero, tuvo en Thomas, lees fragmentos de Blake y te sacuden por dentro y no
sabes por qué. Luego, tienes que leer a los grandes expertos, Taylor, etcétera,
que se han pasado 40 años estudiando, etcétera, para comprender en mayor
profundidad lo que querían decir.
Pero, fijaos, lo que hacía William Blake, si las puertas de
la percepción de que estamos hablando de abrir la mirada, de que ya no hay un
mundo fuera y un mundo dentro sino que es un mismo mundo que da la apariencia
que una parte está fuera y otra dentro. Si las puertas de la percepción fueran
limpiadas, la física cuántica, la realidad parecería como es: infinita, el
mundo en un grano de arena, el paraíso en una flor, la eternidad en una hora,
todo en la palma de mi mano.
Pero es que hubo un científico porque yo siento absoluta
pasión, voy por cada sitio que voy en el mundo, me muevo en el mundo, hablo con
Santiago con pasión, no solo porque a mí me ha influido mucho, aunque no le he
conocido porque él murió en 1934, nació en 1855, murió 1934. Pero su nombre, que
esto ya lo intuyó, lo intuyó, es el neurocientífico que mejor conoció el
cerebro. O sea, tener en cuenta que él ganó el premio Nobel de Medicina en
1906, que era imposible para un español, imposible, pues lo ganó porque él
hacía posible lo imposible.
Y este hombre, en un mundo totalmente cartesiano, totalmente
científico, totalmente rígido, siguiendo los principios absolutos de Newton,
los principios absolutos de Descartes, este hombre dijo algo que, creo, que
muchos neurocientíficos no han entendido: "Todo ser humano puede ser, si
se lo propone, escultor de su propio cerebro". Pero, vamos a ver, si
Descartes decía que el pensamiento, que es lo que yo me propongo, el
compromiso, lo que yo creo, no tiene relación con el cuerpo, el cerebro es
cuerpo, es físico, se puede pesar, se puede medir, se puede analizar, se puede
diseccionar.
Y, sin embargo, este hombre los une y dice que todo ser
humano puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro. Pero este
hombre, ¿cómo lo pudo saber si no había tecnología? Hoy en día sí la hay y
sabemos que la neuroplasticidad, la formación de nuevas neuronas, la formación
de nuevas conexiones entre las neuronas, depende tremendamente de la forma de
pensar. Por eso, cuando escribí "Reinventarse", hablaba precisamente
de eso, de lo que verdaderamente Cajal había descubierto, que el ser humano se
puede reinventar, que la mente, los procesos cognitivos, naturalmente que
conectan con los procesos físicos, porque son dos realidades que se pueden distinguir,
pero no se pueden separar de alguna manera.
Don Santiago que, bueno, que de alguna manera precedió a
algunos de los grandes físicos cuánticos porque él ganó el premio Nobel en 1906
por sus estudios de la teoría de la neurona y en 1921 con el efecto
fotoeléctrico ganó Einstein el premio Nobel de medicina. Es decir, estamos
hablando de personas muy cercanas en la dimensión del tiempo. O sea, fijaos qué
cosa más bonita que uno sepa que su forma de pensar, de su forma de sentir,
puede hacerle más inteligente, más capaz, pero es que, además, que puede
hacerle influir en las circunstancias, que genera en la vida, en lo que se
encuentra. Por eso, tengo tres palabras para ofreceros para vuestra
consideración:
Primero, que os atreváis a querer de verdad. Que no tengáis
ningún miedo en esta época de dificultad de sentir pasión por nuevos proyectos,
de sentir pasión por nuevas oportunidades. No creáis que la vida quiere que
vayamos con la cabeza baja, la vida en mayúscula llora cuando nos ve tristes.
Entonces, querer, compasión, apasionados por las cosas, entusiasmaros por los
proyectos, entusiasmados por las oportunidades que, aunque todavía no las
vemos, van a surgir. En 1900, en Londres, había un millón de caballos. Imaginad
la cantidad de gente que trabajaba alrededor de los caballos, el que cultivaba
la alfalfa, el que tenía los establos, el que hacía las ruedas de los
carruajes, el que conducía los carruajes, el que montaba los establos. Y de
repente, aparecen los primeros coches. ¡Qué horror!, el mundo cambia.
Imaginaros la cantidad de trabajos, de oportunidades, de
posibilidades que han abierto los coches. Entonces, querer con intensidad,
sentir pasión porque hay un mundo de oportunidad. Ya sé que no lo vemos. Ya sé
que no lo vemos, comentaba al principio esta sesión, que la oportunidad
disfruta yendo absolutamente disfrazada, que no se la vea.
Segundo, una vez que os hayáis apasionado, empezar a
imaginar. Empezar a imaginar cómo se puede hacer realidad. Uno de los errores
que cometemos, desde mi punto de vista, siempre, en cuanto a la imaginación, es
pensar, es confundir la imaginación con la fantasía.
La fantasía es un acto donde dos elementos desconectos,
desconectados, inconexos, yo los uno. Por ejemplo, si pienso en un unicornio,
pues cojo un caballo, pienso en un animal que tenga un cuerno. O, pues un
rinoceronte, los uno y tengo un universo: un unicornio. Eso es una fantasía.
La imaginación es una capacidad creativa en el ser humano.
Cuando tú quieres de verdad algo y empiezas a imaginarlo, empiezas a crearlo.
Por eso, uno acaba creando lo que imagina. Porque, como el observador se afecta
al observado, lo que te imaginas que está animado con el fuego de la pasión
busca su expresión natural en el mundo exterior, generando circunstancias
favorables para tu avance, para tu progreso. Porque el mundo interior y el
mundo exterior, de nuevo recordémoslo, son parte de la misma realidad. Podemos
distinguirlo, pero no podemos separarlo. Lo que sucede dentro de mí también
afecta a lo que me pasa a mí.
Entonces, y para abreviar, haciendo un resumen, evitemos,
queridos, tomar la posición de una víctima. Ya sé que esta situación es dura,
hablo con conocimiento de causa, esta situación es muy dura. No le quitamos
dureza. Ahora, esta situación no es más dura ni más fuerte que lo que somos
nosotros, sacando nuestra mejor versión y ayudándonos unos a otros. Enfoquémonos
en conseguir lo que queremos, no evitar lo que no queremos. Si estamos hablando
de pasión, si estamos hablando de entusiasmo, uno no se entusiasma por evitar
lo que no quiere, uno se entusiasma por conseguir lo que realmente quiere.
Recordemos siempre que la imaginación tiene en sí la capacidad de crear, no
solo de describir, sino de crear, de materializar.
Utilizamos un lenguaje que nos ayude, no que nos anule. El
lenguaje es nuestro pensamiento, nuestro pensamiento es lingüístico. Si no
tuviéramos lenguaje, no podríamos pensar. No se puede pensar sin lenguaje, no
es posible. Son lo mismo. Y decía el gran filósofo austriaco Wittgenstein:
"Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Si usamos
palabras constantemente como problema, hecatombe, desastre, tristeza,
lamentación, horror, nuestro mundo se va a hacer muy pequeñito. Si reconocemos
que eso existe y ponemos el énfasis en la oportunidad, en el desafío, en la
cooperación, en la generosidad, en la pasión y el entusiasmo, nuestro mundo se
va a expandir.
Y sencillamente, esto no se trata de vender nada, esto se
trata de compartir algo que, cuando uno, de alguna manera, aunque sea
humildemente, lo engancha, te abre un mundo de posibilidad. Es que nos abramos
a la posibilidad de que lo extraordinario pueda manifestarse en nuestra vida.
Napoleón Hill no es un hombre muy conocido en España, es un hombre muy conocido
en Estados Unidos hace muchos años. Y siempre me impactó mucho esta frase que
le corresponde a él y por eso, hay que poner su nombre al lado de la frase:
"La oportunidad viene envuelta en ropa de faena". Quien está en
posición de víctima, quien está utilizando un lenguaje donde solo caben los
problemas, las dificultades, las limitaciones, los desastres, las hecatombes,
no la va a ver. Quien cree que el mundo exterior está fuera y el mundo interior
está dentro, no la generará y si no la generará, tampoco la verá.
Napoleon Hill pasó 25 años de su vida, un encargo que le
hizo una persona muy reconocida en los Estados Unidos. Pasó 25 años de su vida
estudiando la vida de la gente que había podido salir adelante en situaciones
muy complicadas y llegó a la conclusión de que al final es esto: Si tú te
entusiasmas, si tú imaginas, si tú cada vez que te caes al suelo, en lugar de
quedarte mirando el suelo, empiezas a mirar el horizonte, empiezan a
manifestarse, a aparecer oportunidades en tu vida. Entonces, eso es lo que yo
quiero dejaros como final de esta sesión: que busquéis la oportunidad, que esa
oportunidad está, que uséis los recursos extraordinarios que tenéis para decir
sí a la vida, para decir sí a este nuevo mundo que nos encontramos.