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Superar una depresión

Tener una depresión no es estar triste, o mejor dicho, no es simplemente estar triste. Es sentir que no puedes con la vida; sentir como si estuvieras en lo más profundo de un pozo, sin forma posible de salir. Pero lo peor de todo es que, en el fondo, te da igual si sales o no. La tristeza forma parte de la vida. Nos podemos sentir tristes ante un problema que hayamos experimentado, tras el fin de una relación amorosa, la pérdida de un ser querido, o muchas otras circunstancias. Pero la tristeza no es depresión. Para que podamos hablar de depresión, se tienen que cumplir una serie de criterios especificados en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, conocido habitualmente como DSM.

Una persona con depresión está triste la mayor parte del día, la mayor parte de los días. Cuando una persona tiene depresión, es bastante probable que haya perdido el interés o la capacidad de experimentar placer por todas o casi todas las cosas: actividades, lugares, personas que antes le hacían sentir bien ahora le dejan indiferente. Sería algo así como cuando perdemos el olfato por un resfriado; sabemos que lo que tenemos delante debería oler, pero somos incapaces de percibirlo. Pues aquí igual. En la depresión, también es frecuente que aparezcan problemas de concentración, embotamiento mental, así como gran fatiga o pérdida de energía.

La persona deprimida tiene grandes sentimientos de inutilidad o culpa, que son a todas luces excesivos o inapropiados. A nivel físico, puede aparecer tanto insomnio como hipersomnia, es decir, grandes problemas para dormir o grandes problemas para salir de la cama. No es extraño que una persona con depresión pueda pasar gran parte del día en la cama o en el sofá. Además, también puede haber una pérdida importante de peso sin hacer dieta. A nivel motor, la persona puede sentirse muy agitada, con un nerviosismo importante, o todo lo contrario, muy ralentizada, haciéndolo todo muy despacio. Lo cual no es solo una sensación suya, sino que lo notan los demás.

Y por si esto fuera poco, se suma en muchos casos los pensamientos acerca de la muerte y el suicidio, y no es raro que además a todos los síntomas de depresión, se añadan muchas veces síntomas de ansiedad, con lo que el panorama es serio. Como veis, esto es algo que va más allá de estar de bajón o triste. Es una enfermedad que acaba siendo muy incapacitante para la persona y que le impide llevar a cabo una vida normal. No hace falta cumplir con todos estos criterios que estamos viendo; de los 9 que existen basta con que se cumplan 5 durante dos semanas seguidas. Puede parecer poco, pero ¿os imagináis dos semanas enteras sintiéndoos así? Es terrible.

Hasta aquí lo que es la depresión, pero ¿qué hacemos con una persona que se encuentra así? Cuando hablamos de una depresión clínica, lo más recomendable es buscar ayuda profesional, ya que aunque en algunos casos puede remitir de manera espontánea, la mayoría tienden a cronificarse sin un tratamiento adecuado, y cuanto más temprano sea el abordaje, mayor probabilidad de éxito. Se tiene la percepción de que si una persona cumple criterios diagnósticos para una depresión es casi inevitable el uso de psicofármacos, los llamados antidepresivos. Esto no es necesariamente así.

Mientras que algunos casos requerirán medicación, otros no. Es algo que tiene que valorar el psicólogo o el psiquiatra que atienda al paciente. No obstante, hay que tener en cuenta que los fármacos antidepresivos no funcionan como otras medicaciones; tienen lo que se conoce como un “periodo de latencia terapéutica”, que significa que desde el inicio del tratamiento hasta la percepción de mejoría pueden llegar a pasar varias semanas, durante las cuales solo se experimentan los efectos secundarios, que según cada persona pueden ser unos u otros, más ligeros o más fuertes.

Hay muchos tipos de antidepresivos diferentes y no todos funcionan igual en todos los pacientes, pero lo que todos tienen en común es que el tratamiento suele ser largo, al menos de unos 6 o 9 meses y habitualmente más de un año. Lo que nunca, nunca, nunca hay que hacer es tomar un antidepresivo sin prescripción médica y tampoco dejarlos de golpe sin supervisión. Y bien, ¿en qué consiste la terapia para la depresión? Cuando un paciente con sospecha de depresión acude a la consulta, lo primero que hace el psicólogo es realizar un diagnóstico para confirmar qué es lo que le ocurre realmente.

En estos casos, es importante distinguir lo que ES una depresión de lo que PARECE una depresión. Por ejemplo, en función de otros elementos, tenemos que descartar trastornos hormonales (especialmente tiroides), algún tipo de demencia en pacientes de edad más avanzada, que esa supuesta depresión en realidad esté causada por los efectos de algún medicamento o que, simplemente, no sea depresión sino tristeza, por citar algunos ejemplos.

Una vez hecha la evaluación, comienza el tratamiento en sí. Una de las aproximaciones terapéuticas más habituales, y la que tiene mayor respaldo empírico, es la terapia cognitivo conductual, por ejemplo, la basada en el modelo de Beck. Se explica al paciente qué es la depresión y lo que le ocurre de un modo que sea fácilmente comprensible para él. A veces ayuda emplear alguna metáfora, por ejemplo, la del “monstruo” o el “ente externo”, representando la depresión como algo que está fuera de la persona, que le obliga a ver la realidad de un modo determinado, que le impide realizar sus planes y proyectos, y ante lo que el paciente se tiene que rebelar.

Este “monstruo” manipula los pensamientos y percepciones de la persona, haciendo que éstas sean distorsionadas, sobre todo en relación con tres áreas muy importantes: la percepción de uno mismo, del mundo y del futuro. Una persona con depresión se siente débil, poco capaz, poco inteligente, siente que vive en un mundo hostil, peligroso, triste y que el futuro no será mucho mejor, por lo que la vida apenas merece la pena ser vivida.

Por lo general, en consulta se le explica al paciente el modelo del ABC de Ellis para que entienda cómo funcionan sus pensamientos y la influencia que éstos tienen sobre las emociones. Se le enseñan las principales distorsiones cognitivas, esto es, los pensamientos que le hacen daño y que son responsables de la depresión, así como estrategias para racionalizarlos y cambiarlos por otros más adaptativos mediante el debate cognitivo. Además, se buscan estrategias de resolución de problemas y de incremento de actividades cotidianas para que poco a poco el paciente vaya recuperando el nivel de funcionamiento previo al trastorno.

Se ha visto que la depresión suele llevar a una disminución del nivel y cantidad de actividades reforzantes, pero que también esa disminución suele llevar a un peor estado de ánimo. Por lo tanto, la programación de actividades y evitar la pasividad y el aislamiento suelen formar parte del tratamiento. El ejercicio físico moderado contribuye también a la mejoría del paciente.

Por supuesto, todo esto son generalidades. Cada caso necesita un abordaje distinto, pero todo se podría resumir en un trabajo conjunto que englobe los pensamientos distorsionados típicos de la depresión, junto con una planificación de actividades progresivas, dirigidas a recuperar el funcionamiento previo, así como el entrenamiento en habilidades necesarias para evitar futuros episodios.

Author: Lic. Alberto Soler

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